—Aló, Ada, ábreme que estoy aquí afuera.
—¡Oh! ¿compró celular?
—Sí, Ada, ábreme. Yo no sé cuando
es que tú vas a dejar el relajo.
—Pero déjeme ver que fue lo que compró.
—Un Alcatel de lo sencillo. ¿Y la
mecedora donde la puso?
—Espérate, Simón, que están en el patio.
Ayer pasó un señor atesando batidores y tejiendo sillas de guano y
aproveche para arreglarlas.
—Ese señor es un artista Ada, qué bien quedaron.
En lo que Simón acotejaba las mecedoras, Ada fue de un brinquito a la
cocina a preparar un cafecito gourmet que le mandó una cuñada de Colombia.
—Ada, tú nunca te has puesto a pensar en la inmortalidad del cangrejo.
—No. ¿Para qué sirve eso?
—Yo creo, que le viene de lo duro del caparazón, y que además, la
salinidad del mar lo conserva, aunque analizándolo bien, la jaiba es un
cangrejo pero de río. Entonces la sal no
tiene nada que ver con…
—Mire, si usted va a seguir con esas estupideces me lo dice para yo irme
a otro lado.
—No te pongas así, Ada.
—Y de qué otra forma usted quiere que yo me ponga, Simón. ¿Tú te estabas escuchando? Tú eres un hombre
muy profundo para ponerte con esas tonterías.
—Quería conceptualizar, Ada, como nuestro presidente nos dijo una
vez. Quise hacer este ejercicio.
—Ay no, aquí no. Ejercítese en
otro lugar.
—Quería caer en el asunto de que hay cosas que se resisten a dejar de
existir. Por ejemplo, el caso del
atesador de batidores, ¿Quien tiene una cama con batidor? Eso no existe, o me
creo yo que no existe.
—Simón, los ciclones tienen una virtud y es que dejan al descubierto
todas las miserias humanas, tanto las materiales como las espirituales. ¿Usted nunca se asomó por La Barquita cuando el
huracán George? Yo, que trabaje como
voluntaria, vi muchos batidores, catres, canapés y colchones de guata; también
sillas y mecedoras de pino tejidas con guano.
Y es verdad que también me quede sorprendida con los equipos de música y
los televisores de 40
pulgadas, que muchas personas de la clase media no tienen. Me imagino que si ese señor sale todos los
días a realizar ese trabajo es porque encuentra clientes.
—Es cierto, Ada. Pero, y el
amolador…, y el señor que vocea “brillando los calderos”.
—Ese se me desgaritó con tres calderos que le dí en una ocasión.
—Hay de todo en la viña del señor.
Tú sabes que me lleno de mucha nostalgia en estos días, que pasaron por
la casa unos colombianos ofreciéndome fotografías retocadas y me trajo el
recuerdo de un foto-retrato de cuando yo tenía cinco años. Estamos hablando, Ada, de algo más de
cuarenta años y estas personas todavía siguen en esta actividad. Por eso es que te digo que pienses bien en la
inmortalidad del cangrejo.
—¡Ay Simón!, a lo que llega uno a estas edades.
—¡Ay mi madre!, hoy si se me hizo tarde.
Nos vamos a ver. Cualquier cosa
me llama al celular.
—Olvídese de eso, Simón, vaya bien.