— ¿POR QUÉ NO TE QUEDAS?
— PORQUE TEMO PERDERTE
Ding dong... ding dong...
La Dra. Ada Mueller, suspende el
fregado de la losa sucia del desayuno.
— ¡Un momento!
Seca sus manos para atender el
llamado de la puerta.
Tun, tun, tun...
— ¡Momento caray! ¿Quién será que
está llamando con tanta desesperación?
Apresura sus pasos lentos a la
desesperación del llamado.
— ¡Ay Simón! cuanto tiempo. Déjeme
verlo, déjeme tocarlo y dónde estaba metido mi gran amigo; no me diga
¿sicungunya? No me diga ¿de viaje? ¿Preso? Me doy como el Chavo.
—Ya terminó el bufeo, se la curó
conmigo, usté quiere que me vaya y vuelva nuevamente para que desaparezca la
sorpresa.
—Ah pero si usté lo va a coger a
mal me lo dice para que se devuelva por donde vino y no vuelva más.
Parado aun en el umbral de la
casa, la miro de arriba abajo con cara de arrepentimiento, entonces bajó la
guardia y comenzó de nuevo.
Ding... dong...
—Hola Ada, puedo pasar.
—Claro Simón, esta casa es suya.
—Usté se pone como los muchachos
Ada, deje el relajo, madure que usté está muy vieja para estar con esos canes.
—Ahí si no, Simón. Se equivocó
medio a medio, viejo es Siboney y usté si se lo quiere creer, pero a mí no me
vas a poner más vieja de la cuenta...
—Yo no sé qué es lo que te pasa
Ada. Desde que llegué tú no has hecho más que relajarme.
—Ustedes los hombres nunca saben
nada de las mujeres. ¿Tú recuerdas la última vez que estuviste aquí? Te fuiste
y no volviste más por estos rumbos ni llamaste ni escribiste, ¿cómo tú crees
que yo me siento? ¡Pensé que te había pasado algo malo contrale! ¿Qué tú
querías? ¿Qué saltara sobre ti como una adolescente? ¡Dime! No te quedes
callado. Contrale, tú crees que es fácil estar sola. No me vuelvas a ser eso...
—Ya tranquila, ven déjame darte
un abrazo. Tú sabes que yo te quiero mucho... aaah pero no te vayas a poner
mala ahora. Tranquilízate, ven siéntate. Déjame traerte un vaso de agua. ¡Oh y
el interruptor del abanico!
—Mírelo de este lado Simón, el
otro se quemó.
Le respondió con un nudo en la
garganta, los wipers sobre la mesita
de centro en la terraza, a pesar de ser húmedos, se acumulaban empapados de
moco y lágrimas.
—Tú me haces mucha falta Simón,
no te desaparezcas así.
—Tú también me haces mucha falta
Ada. Déjame ir a buscarte el agua.
Caminó hasta la cocina y llenó
hasta la mitad el vaso de cristal que lucía resplandeciente, Ada es limpieza, equilibrio
y organización, su casa es todo un templo de paz y orden divino.
—Tómatela despacio, eso es... tú también
me haces mucha falta Ada, por eso estoy aquí. No soporto el no verte ni
hablarte. ¿Tú sabes que yo no había vuelto porque tenía mucha vergüenza
contigo?
—Pero tú tenías que llamarme por
lo menos para saber si yo me había ofendido con tu actitud. Acuérdate que la
que dijo: y porque no te quedas, fui yo. Usté no me ofende con nada,
todo lo suyo me halaga. Usté se acuerda el día que estábamos haciendo los
pastelitos en la cocina, cuando usté me puso la mano en las nalgas...
—Si me acuerdo perfectamente: me
diste un golpe por la cabeza con el bolillo.
—Sí, pero ni tan duro fue.
— ¡Ni tan duro! y dure como una
semana con un chichón, que la gorra no me servía.
—Fue una reacción Simón, acuérdese
que yo soy una mujer muy seria...
Hizo un silencio. Los dos se
quedaron mirándose dejando que sus pensamientos establecieran nuevas conexiones
neuronales para compartirlas telepáticamente. Ada, despertó al silencio diciéndole
a Simón:
—Te voy a confesar algo, pero no
es para que te aproveches de mí, tú oyes. Me gustó mucho, el día que me pusiste
las manos en mis pompis, hasta hice malos pensamientos contigo.
—Mentira, yo no creo que en esa
cabecita suya quepan malos pensamientos.
—Te lo juro Simón, yo nunca había
sentido nada igual.
—Mira Ada, yo te quiero mucho y
no quisiera que por una pendejada mía esta amistad se pierda.
—No Simon, usté está aquí porque
yo quiero. Si no quisiera hace tiempo que le hubiese sacado los pies. Yo
disfruto mucho su compañía, hasta a veces me gustaría que usté se quedara aquí
conmigo.
— ¡Ay no Ada!, no diga eso.
—Pero nada nos lo impide Simón,
nosotros estamos solos, pienso yo.
—Lo lindo de esta relación Ada,
es que no involucramos sentimientos carnales. Lo que nos mantiene unidos es
esta dulce lejanía; tengo miedo de que el estar juntos todo el tiempo nos
provoque hastío y eso sí que no lo podría soportar. Prefiero está cercana
lejanía a perderlo todo por echarle un polvito.
— ¡Ay dios Simón! ¿Qué expresión
es esa? Acabas de romper todo el romanticismo de esta conversación.
—Pero es verdad Ada.
—Ya, ya, ya no siga, tan chulo
que íbamos.
—Ahora si fue verdad. Metí la
pata es lo que tú quieres decirme.
—Sí, pero otro día será Simón.
— ¡Cojollo!, ustedes las mujeres
si son complicadas.
—Si es verdad Simón, a las
mujeres no hay que entenderlas... y a mí se me disparo el gatillo, usté me puso
susceptible. Te quiero mucho Simón, el verte de repente ha sido mucho para mí.
Estoy confundida quien lo iba a decir a mi edad.
—Tú ves Ada, a eso es que yo me
refiero. No quiero que nos confundamos nunca, te amo mucho y no quiero perderte
por tratar de encontrarnos cada día en la mesa del comedor tomándonos el café
del desayuno. Prefiero venir cualquier día y sorprenderte, y hacer de ese día
un ejemplar único como dice Joan Manuel Serrat en una de sus canciones; ¿Joan
Manuel?, bueno, si no es él que la canta la traeré de todas maneras para que la
escuchemos juntos.
—Me siento rara Simón con los
roles invertidos. Se supone que debo ser yo la tímida e indecisa y no tú. Vamos
a cambiar la emisora, vamos a dejar el tema para después. Ya se le hizo tarde,
es bueno que se vaya y no deje de venir a visitarme; y cuando no pueda venir,
por favor llámeme. Por cierto ¿y su Alcatel?
—Ni se dónde lo deje botao pero
voy a sacar uno nuevo solo para mantener esta cercana lejanía que estrecha
nuestra amistad. Que nunca se te olvide Ada, te amo. Te amo tanto que prefiero
estar lejos para no contaminarte de mí mal humor.
—Hasta luego, Dios mediante,
Simón, cuídese mucho.