"Porque la aflicción no sale del polvo, ni brota de la tierra la molestia; sino que, como los relámpagos se levantan para volar por el aire, así el hombre engendra su propia aflicción. Ciertamente yo en tu lugar buscaría a Dios, y encomendaría a él mi causa".
Job 5, 6-8

octubre 26, 2016

CITA No. 10 DEL DR. SIMON FROYLAN



"Ah... la vida, cuanto más te aferras a ella más duro te golpea."

Dr. Simon Froylan

octubre 02, 2016

Una guayaba no vale una torcedura...



Anécdota.

Éramos capaces de olvidar los sucesos rápidamente.  Tan rápido, que al día siguiente salíamos a recorrer las calles más valientes y decididos que el día anterior. Un nuevo objetivo era la casa ubicada enfrente de la residencia de Caamaño en la misma calle Francia; vista desde la acera del frente, parecía estar sobre una colina (Realmente está en un montículo por encima del nivel de la calle Francia).
Fue fácil penetrar al lugar: el portón nos abrió sus brazos, ya nos conocía.  Subimos al techo por la pared del callejón, era bajita y los blocks a medio poner servían de escalera.  Recoger guayabitas sabaneras no era la gran cosa, pero el guayabo era tan alto que sobrepasaba el techo de la vivienda, de modo que, esas guayabitas pequeñas, agrias, de color rosado por dentro, se podían ver desde afuera con todos sus matices: amarillas, rosadas, verdes, pintonas.  Nadie que se precie de ser maroteador dejaría pasar por alto aquella provocación.
En la vida nada es gratis, tienes que tomarlo; aunque exista el riesgo de perderlo.  Es ahí donde estriba la esencia del ser.  El verdadero sabor de la vida está en disfrutar lo que haces a pesar de las dificultades.
—Abuela, arriba del techo hay unos muchachos.
Eso voceó un niño desde el patio a su abuelita, que salió y miró hacía donde él señalaba con su dedo índice, la abuela miró por todos los ángulos del techo pero no nos vio porque la voz de alerta del niño, sin proponérselo, nos advirtió, dejándonos caer de pecho sobre el techo caliente.  La abuela dudó sobre la veracidad de la noticia, pero se quedó a esperar.
Cuando pensamos que la doña había entrado a la casa nos paramos para seguir...
—¡Roberto juye, llama al guardia! ¡Utede verán malvao muchacho de la mierda!
Cesar y Brico corrieron hacia el borde del techo, se tiraron de plancha contra el piso de la azotea y en movimientos de semicírculo se descolgaron de la cornisa dejándose estrellar contra el suelo de la marquesina, pero yo, que me había quedado de último, no encontré lugar para apearme.  El señor venía con una correa en la mano detrás de mí demasiado rápido como para pensar que haría conmigo.  “Párate ahí pa que tu veas”, dijo, y ya estaba muy cerca de mí, “¡qué pendejo, agárreme si puede!”, contesté y salté sin pensarlo dos veces, rodé por la rampa de la marquesina hasta la acera, me incorporé y corrí hasta que ya no pude más.
A una distancia de consideración, cuando el peligro había quedado atrás nos sentamos a descansar.  Empecé a reflexionar sobre mis superpoderes y maldije a Superman: ni pude volar ni estaba hecho de acero.  En la medida que nos enfriábamos y comentábamos la hazaña…, y ya, cuando dejé de sentirme como Hulk, empecé a sentir dolor, cuando quise caminar el dolor se hizo más intenso, no pude dar un paso, tenía el pie roto.  Cesar, uno de mis grandes compañeros de aventuras, fornido o ¿amasadito?, como todo buen soldado me cargó a caballito y me llevo a casa, mientras Brico, durante todo el trayecto no paraba de relajar con el “salto de maco” que di desde el techo a la calle.
Mamá, acostumbrada a todos estos eventos, cuando me vio en la condición que Cesar me traía no cuestionó el suceso, llamó un vecino y me llevaron a la Clínica Internacional en la calle México, a poca distancia y paralela a la Francia.
—Por suerte no hubo rotura, dijo el doctor, sólo fue un estiramiento de los tendones.
Me pusieron un yeso hasta la rodilla, y el doctor le dijo a Mamá que en 45 días yo estaría en condiciones de volver a mis andanzas.  Pero 45 días era demasiado tiempo para estar tranquilo y casi al cumplir el mes, Mamá al ver las condiciones en que estaba el yeso no esperó; en franca usurpación de funciones, decidió que ya era tiempo de quitarme el pedazo de yeso raído y sucio y con un cuchillo de sierra empezó y terminó exitosamente el procedimiento.  Gracias a Dios, todo estaba bien.
Una guayaba no vale una torcedura… quizás cien.