En las mañanas de
camino a la oficina me detengo en un puesto de frutas a comprar guineos para el
almuerzo, quien lo atiende es de nacionalidad haitiana, no digo haitiano por lo
que el término de manera despectiva encierra para muchos dominicanos y otros no
dominicanos. Haitiano es sinónimo de desprecio, plagas, hacinamiento, promiscuidad
y salvajismo, como dije para muchos dominicanos y otros. Por eso no diré la
palabra haitiano para referirme a un nacional de Haití, y así, mantener el
respeto por nuestros hermanos insulares.
Como decía
compro guineos diariamente para acompañar la comida del mediodía en el puesto
de frutas de Gerald que es el nombre de este negro, fornido, con una estatura
que ronda los seis pies y una gran sonrisa. Le digo que me gustaría aprender el
Creole y él se ríe, como el que piensa: ¿para qué quiere éste hablar creole?; yo,
sin esperar a que lo diga con palabras le respondo: "quiero aprender para que
nos entendamos". Él se ríe de nuevo y dice algo en creole que no entendí, como
una primera lección. Por el gesto de su cara sé que fue algo amable.
En el Taller Literario
Narradores de Santo Domingo conocí a un señor de nacionalidad española, no digo
español por lo que encierra esta palabra para los caribeños y algunas tierras
americanas, aunque no tiene el tufo de la palabra haitiano, español es sinónimo
de conquista, dominación, saqueo y exterminio. Por eso no diré la palabra español
para referirme a un nacional de España, y así, mantener el respeto por nuestros
hermanos peninsulares.
Como decía,
conocí a un hermano de las letras en el Taller Literario al que asisto los
viernes de cada semana, Sarustregi es su apellido, un hombre de edad avanzada, delgado
de cabeza plateada y barba símil, de voz baja y pausada. Me cuenta de sus
viajes por el África. Entre cuentas y cuentos caímos en el tema de Haití y
nuestra frontera. A él le extraña, tanto como a mí, que los dominicanos no hablamos ni entendemos el Creole. Y refiere su extrañeza a su experiencia con los aldeanos de
algunas tribus con las que compartió en África; me dice, que el idioma para los
africanos no es un muro que los separa sino un medio que los une. La diferencia
de idioma es una oportunidad para conocer costumbres, tradiciones y forma de
pensar de las demás tribus; además, sirve para entenderse mutuamente y
dilucidar desavenencias. Trato de explicarle que el Creole es un dialecto que
sólo se habla en Haití y que para dedicarle tiempo al Creole prefería aprender
francés. Entonces esgrimió un argumento que me hizo reflexionar.
Dijo, “las
palabras encierran en cada idioma o dialecto, historia, cultura y tradiciones
que sólo aprendiéndolo puedes descubrir. Lo que hace conocer al extranjero o al nacional desde su raíz,
desde su interior, reconocer toda la riqueza espiritual que encierra, así como sus pasiones más bajas;
de manera que, si son enemigos podrás lidiar mejor con él y si son amigos podrán
agradarse mutuamente”.