"Porque la aflicción no sale del polvo, ni brota de la tierra la molestia; sino que, como los relámpagos se levantan para volar por el aire, así el hombre engendra su propia aflicción. Ciertamente yo en tu lugar buscaría a Dios, y encomendaría a él mi causa".
Job 5, 6-8

agosto 10, 2014

Aprender Creole ¿para qué?

En las mañanas de camino a la oficina me detengo en un puesto de frutas a comprar guineos para el almuerzo, quien lo atiende es de nacionalidad haitiana, no digo haitiano por lo que el término de manera despectiva encierra para muchos dominicanos y otros no dominicanos. Haitiano es sinónimo de desprecio, plagas, hacinamiento, promiscuidad y salvajismo, como dije para muchos dominicanos y otros. Por eso no diré la palabra haitiano para referirme a un nacional de Haití, y así, mantener el respeto por nuestros hermanos insulares.

Como decía compro guineos diariamente para acompañar la comida del mediodía en el puesto de frutas de Gerald que es el nombre de este negro, fornido, con una estatura que ronda los seis pies y una gran sonrisa. Le digo que me gustaría aprender el Creole y él se ríe, como el que piensa: ¿para qué quiere éste hablar creole?; yo, sin esperar a que lo diga con palabras le respondo: "quiero aprender para que nos entendamos". Él se ríe de nuevo y dice algo en creole que no entendí, como una primera lección. Por el gesto de su cara sé que fue algo amable.
En el Taller Literario Narradores de Santo Domingo conocí a un señor de nacionalidad española, no digo español por lo que encierra esta palabra para los caribeños y algunas tierras americanas, aunque no tiene el tufo de la palabra haitiano, español es sinónimo de conquista, dominación, saqueo y exterminio. Por eso no diré la palabra español para referirme a un nacional de España, y así, mantener el respeto por nuestros hermanos peninsulares.
Como decía, conocí a un hermano de las letras en el Taller Literario al que asisto los viernes de cada semana, Sarustregi es su apellido, un hombre de edad avanzada, delgado de cabeza plateada y barba símil, de voz baja y pausada. Me cuenta de sus viajes por el África. Entre cuentas y cuentos caímos en el tema de Haití y nuestra frontera. A él le extraña, tanto como a mí, que los dominicanos no hablamos ni entendemos el Creole. Y refiere su extrañeza a su experiencia con los aldeanos de algunas tribus con las que compartió en África; me dice, que el idioma para los africanos no es un muro que los separa sino un medio que los une. La diferencia de idioma es una oportunidad para conocer costumbres, tradiciones y forma de pensar de las demás tribus; además, sirve para entenderse mutuamente y dilucidar desavenencias. Trato de explicarle que el Creole es un dialecto que sólo se habla en Haití y que para dedicarle tiempo al Creole prefería aprender francés. Entonces esgrimió un argumento que me hizo reflexionar.
Dijo, “las palabras encierran en cada idioma o dialecto, historia, cultura y tradiciones que sólo aprendiéndolo puedes descubrir. Lo que hace conocer al extranjero o al nacional desde su raíz, desde su interior, reconocer toda la riqueza espiritual que encierra, así como sus pasiones más bajas; de manera que, si son enemigos podrás lidiar mejor con él y si son amigos podrán agradarse mutuamente”.