¿Recuerdas cómo intenté abrir la concha de tu delicioso molusco?
Ese
día, cuando intenté abrir tu concha, la savia de tu cuerpo corría pegajosa y
furtiva hasta el cauce que cruza tus montañas al final de la llanura. Me
empujaste y avergonzada extraviaste la mirada iniciando de inmediato una
conversación banal para disimular tu pudor. Me hice picaflor y abeja a la vez y
sobrevolé minucioso cada centímetro de tu espesura, libando a sorbos el
exquisito sabor de tu pistilo a medio abrir. Hablaste de todo hasta que no
encontraste que más decir; callaste por largo rato, y yo, a propósito, no
pronuncié una sola palabra…
…Cómo me gustaría recordar todo lo que me cuentas, suena muy romántico pero ni siquiera su rostro lo puedo recordar.
Dr. Simon Froylan, frustrado