Para el año 1965, específicamente principios del mes de mayo, mi edificio, el que demolieron a
fuerza de grandes golpes para darle paso a la avenida 27 de Febrero, fue tomado
por las fuerzas interventoras norteamericanas para colocar un comando militar. En el techo, apostaron una ametralladora
calibre 50, que al dispararla desechaba los cartuchos vacíos al patio de la
Hilario Espertín # 11. Cuando dejaba de
sonar salía inocentemente a recogerlos en una lata vacía de pintura Pidoca. No bien terminaba de llenarla un extraordinario
soldado se lanzaba del techo y me arrebataba la lata repleta de casquillos.
A los ojos de un niño de siete
años, edad que tenía para entonces, aquellos episodios eran como ver la
pelicula de guerra Combate en tiempo real. Esta se transmitía por el canal Rahintel, creo no estoy
seguro. Mi imaginación se perdía entre
la realidad y la ensoñación. Cada año
para los días de Reyes me regalaban fundas de soldados verdes “made in china”,
ametralladoras, granadas, y como si esto no fuera suficiente, un
juego completo de Combat!, que incluía la ametralladora Thompson, el casco, un
cuchillo y un cinturón con una pistola calibre 45, tal como la que usaba el sargento
Sonder (Sgt. Saunders) en la película.
Los días que duró aquel
evento, que algunos llaman revolución, otros guerra y los menos tremendistas, revuelta
civil, para mí significó mucho más de lo que encierran esas palabras. Aquellos sucesos me parecieron salidos de las
fantasias vividas en la televisión o cuando solitario jugaba en el patio con
mis soldaditos de plástico a Combate.
Un hecho significativo,
fue el día en que uno de los soldados (no de plástico) le dijo a una persona,
no recuerdo si era hombre o mujer, me inclino por creer que era una mujer
porque los hombres, o estaban en algún comando constitucionalista, o en sus casas escondidos;
otros salían por el instinto de comer pero no enfrentaban las figuras de
autoridad. Aquel soldado le decía en
otro idioma algo como recoge eso de ahí, a lo que el civil se resistía. Yo no entendía lo que el soldado le ordenaba pero
nunca olvidaré la expresión y el gesto « recógelo tú, maldito gringo».
La indignación en ciertos
casos supera el instinto de conservación.
La ciudad, perdón, el barrio en pocos días estaba limpio. La disciplina se impuso a fuerza de golpes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario