"Porque la aflicción no sale del polvo, ni brota de la tierra la molestia; sino que, como los relámpagos se levantan para volar por el aire, así el hombre engendra su propia aflicción. Ciertamente yo en tu lugar buscaría a Dios, y encomendaría a él mi causa".
Job 5, 6-8

julio 01, 2012

REALENGUEZA BARRIAL


Frondosos árboles de flamboyán que en armónica reverencia parecen darse un abrazo, dejaban caer a nuestro paso una nevada de flores rojas, amarillas y anaranjadas, tendiéndonos una alfombra a nuestro paso por la calle Dr. Delgado.  Aquellos enormes árboles, que apenas dejaban pasar hilos delgados de luz solar, parecían guardias de honor apostados solemnes a todo lo largo del camino, esperando por los señores de la realengueza barrial.  Caminábamos desde mi casa hasta el malecón, o hacía la calle El Conde, según soplaba el viento como velero en alta mar.  Cualquiera de esas calles bajando por la Dr. Delgado hacia el sur y doblando a la izquierda nos llevaba a nuestro destino.


La calle El Conde, llamada así en honor a Bernardino de Meneses y Zapata (Conde de Peñalva), por su defensa de la ciudad durante la invasión de Penn y Venables en 1655.  Para los años en que la visitábamos era una calle de tránsito en doble vía, estrecha con una línea de carro de conchos que apenas montaban tres pasajeros, muy rara vez un carro de éstos se veía apachurrado de gentes, tampoco era una vía de mucho movimiento vehicular.  La zona siempre fue comercial y testigo de primera fila de los eventos del 1965.  Comandos constitucionalistas se apostaron en la zona aprovechando la inmunidad que goza esta zona declarada por la UNESCO como patrimonio universal.
No caminábamos El Conde en toda su extensión, sólo hasta una paletera bien surtida, tan surtida que parecía un almacén de delicias.  Estaba ubicada (me parece no lo recuerdo con claridad) en el mismo Conde esquina Santomé.  Una paletera hecha de madera pintada de azul repleta de dulces de todas clases: americanos y de otras nacionalidades.  Existían para la época pocas fábricas de chocolates y dulces, en ese entonces estaban Bolonotto Hnos. y Cortes Hnos., empresas surgidas después del ajusticiamiento de Trujillo.

Aquella paletera era el objetivo.  A eso íbamos al Conde.  Nos desplegábamos y rodeábamos al señor dueño de aquella empresa de delicias.  Un moreno claro, fuerte, peso pesado, muy afable, que ahora que lo pienso no sé porque le hacíamos esto a ese señor.  Mientras uno le hacía cuentos y le ponía todo tipo de conversación para entretenerlo, los otros estábamos con sigilo y manos de seda tomando las paletas y mentas que podíamos.  Cuando este señor se percataba de que aquello era un asalto a manos llenas, se espantaba de la silla de guano que ocupaba y nos daba una corrida por todo El Conde, pero claro, aquel señor gordo (no porque consumiera su mercancía) se cansaba y nos dejaba ir, total eran cosas de niños, futuros delincuentes, claro si nos dejaban llegar a delincuentes, las personas de autoridad en el barrio te podían dar una “pela” donde quiera que tú estuvieras haciendo lo mal hecho, y lo peor no era eso, lo peor era que te llevaban por un brazo a rastro hasta tu casa y allí nuestros Papás nos remataban.  Con tantas personas de un barrio en acecho la posibilidad de hacerte delincuente era remota.  Luego de aquella vileza infantil bajábamos hasta el malecón a repartirnos el botín y a disfrutar de aquellos deliciosos manjares que sólo nos costó un susto.

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