"Porque la aflicción no sale del polvo, ni brota de la tierra la molestia; sino que, como los relámpagos se levantan para volar por el aire, así el hombre engendra su propia aflicción. Ciertamente yo en tu lugar buscaría a Dios, y encomendaría a él mi causa".
Job 5, 6-8

junio 24, 2012

MAROTEO URBANO

María (mi hermana), yo y Roquel.
Desde los primeros años de mi vida fui muy inquieto, era lo que se podía decir “un niño de la calle”.  No provenía de una familia de ricos. Pero al leerle esta parte a Mamá, me recordó que yo asistía al colegio en horario de la mañana, que nunca me faltó comida, ropa, educación de hogar, y que debo tener cuidado con lo que escribo.  Ella tiene razón olvidé esa parte.

La verdad es que yo jodía mucho, y junto con Brico (el hijo de Viola), Cesar (el hijo de doña Tatica) y Moreno (el hijo de doña Tinita), era que jodíamos.  Nos íbamos a “leventiar” y a “marotiar” en bandadas desde tempranas horas de la mañana (bueno esto debió ser en vacaciones o fines de semana, Mamá me recordó que yo asistía al colegio en horario matutino, eso no se me puede olvidar) y regresábamos en ocasiones hasta de noche.  Prácticamente nos pasábamos un día entero recorriendo parte de las calles de la ciudad.  Desde la Hilario Espertin, tomando la calle Dr. Delgado hacia abajo, atravesando aquel túnel de árboles que discretamente dejaban pasar un rayo de sol, hasta Güibia pasando por la calle El Conde.  Esos eran los límites de mi ciudad.

junio 02, 2012

LAS COSAS QUE SE RESISTEN A DESAPARECER



—Aló, Ada, ábreme que estoy aquí afuera.
—¡Oh! ¿compró celular?
—Sí, Ada, ábreme.  Yo no sé cuando es que tú vas a dejar el relajo.
—Pero déjeme ver que fue lo que compró.
—Un Alcatel de lo sencillo.  ¿Y la mecedora donde la puso?
—Espérate, Simón, que están en el patio.  Ayer pasó un señor atesando batidores y tejiendo sillas de guano y aproveche para arreglarlas.
—Ese señor es un artista Ada, qué bien quedaron.
En lo que Simón acotejaba las mecedoras, Ada fue de un brinquito a la cocina a preparar un cafecito gourmet que le mandó una cuñada de Colombia.
—Ada, tú nunca te has puesto a pensar en la inmortalidad del cangrejo.
—No.  ¿Para qué sirve eso?
—Yo creo, que le viene de lo duro del caparazón, y que además, la salinidad del mar lo conserva, aunque analizándolo bien, la jaiba es un cangrejo pero de río.  Entonces la sal no tiene nada que ver con…
—Mire, si usted va a seguir con esas estupideces me lo dice para yo irme a otro lado.
—No te pongas así, Ada.
—Y de qué otra forma usted quiere que yo me ponga, Simón.  ¿Tú te estabas escuchando? Tú eres un hombre muy profundo para ponerte con esas tonterías.
—Quería conceptualizar, Ada, como nuestro presidente nos dijo una vez.  Quise hacer este ejercicio.
—Ay no, aquí no.  Ejercítese en otro lugar.
—Quería caer en el asunto de que hay cosas que se resisten a dejar de existir.  Por ejemplo, el caso del atesador de batidores, ¿Quien tiene una cama con batidor? Eso no existe, o me creo yo que no existe.
—Simón, los ciclones tienen una virtud y es que dejan al descubierto todas las miserias humanas, tanto las materiales como las espirituales.  ¿Usted nunca se asomó por La Barquita cuando el huracán George?  Yo, que trabaje como voluntaria, vi muchos batidores, catres, canapés y colchones de guata; también sillas y mecedoras de pino tejidas con guano.  Y es verdad que también me quede sorprendida con los equipos de música y los televisores de 40 pulgadas, que muchas personas de la clase media no tienen.  Me imagino que si ese señor sale todos los días a realizar ese trabajo es porque encuentra clientes.
—Es cierto, Ada.  Pero, y el amolador…, y el señor que vocea “brillando los calderos”.
—Ese se me desgaritó con tres calderos que le dí en una ocasión.
—Hay de todo en la viña del señor.  Tú sabes que me lleno de mucha nostalgia en estos días, que pasaron por la casa unos colombianos ofreciéndome fotografías retocadas y me trajo el recuerdo de un foto-retrato de cuando yo tenía cinco años.  Estamos hablando, Ada, de algo más de cuarenta años y estas personas todavía siguen en esta actividad.  Por eso es que te digo que pienses bien en la inmortalidad del cangrejo.
—¡Ay Simón!, a lo que llega uno a estas edades.
—¡Ay mi madre!, hoy si se me hizo tarde.  Nos vamos a ver.  Cualquier cosa me llama al celular.
—Olvídese de eso, Simón, vaya bien.