"Porque la aflicción no sale del polvo, ni brota de la tierra la molestia; sino que, como los relámpagos se levantan para volar por el aire, así el hombre engendra su propia aflicción. Ciertamente yo en tu lugar buscaría a Dios, y encomendaría a él mi causa".
Job 5, 6-8

junio 24, 2012

MAROTEO URBANO

María (mi hermana), yo y Roquel.
Desde los primeros años de mi vida fui muy inquieto, era lo que se podía decir “un niño de la calle”.  No provenía de una familia de ricos. Pero al leerle esta parte a Mamá, me recordó que yo asistía al colegio en horario de la mañana, que nunca me faltó comida, ropa, educación de hogar, y que debo tener cuidado con lo que escribo.  Ella tiene razón olvidé esa parte.

La verdad es que yo jodía mucho, y junto con Brico (el hijo de Viola), Cesar (el hijo de doña Tatica) y Moreno (el hijo de doña Tinita), era que jodíamos.  Nos íbamos a “leventiar” y a “marotiar” en bandadas desde tempranas horas de la mañana (bueno esto debió ser en vacaciones o fines de semana, Mamá me recordó que yo asistía al colegio en horario matutino, eso no se me puede olvidar) y regresábamos en ocasiones hasta de noche.  Prácticamente nos pasábamos un día entero recorriendo parte de las calles de la ciudad.  Desde la Hilario Espertin, tomando la calle Dr. Delgado hacia abajo, atravesando aquel túnel de árboles que discretamente dejaban pasar un rayo de sol, hasta Güibia pasando por la calle El Conde.  Esos eran los límites de mi ciudad.


El grupo, constituido en pandilla, salía sin rumbo.  Subíamos la Hilario Espertin hasta la casa de Alejandro Tejeda, en la intersección que hoy es Av. 27 de Febrero con calle Rosa Duarte, bajábamos la Rosa Duarte hasta la Francia en donde girábamos a la derecha con rumbo a la casa del padre del coronel Francisco Caamaño, esto era en la esquina calle Francia con calle Pedro A. Lluberes.  Esta casa tenía un atractivo: un enorme y frondoso árbol de mango.

El patio de aquella casa parecía un parque, completamente verde lleno de follaje y matas ornamentales, la tentación era irresistible, en ese momento entendí a Eva en el Paraíso.  Como equipo táctico Swat nos tirábamos por la verja de la calle Francia y nos trepábamos como monos en aquel gigantesco árbol de mangos.  Nos subíamos dos y el resto se quedaba abajo recogiendo los frutos entre las franelas y los bolsillos de los pantalones.  Esto sucedía hasta que alguien dentro de la casa se daba cuenta y soltaba los perros, ¡qué terror! ¡Se armó el juidero! No había en ese momento corredor de pista con obstáculos que nos ganara en la competencia.

Los que estaban en las ramas bajitas se tiraban y lograban saltar la verja, pero los que habíamos subido un poco más alto sufríamos las consecuencias.  Podían pasar horas negociando para bajar de aquel extraordinario árbol.  Al final bajábamos nos daban una “pela” o nos dejaban un buen rato asustandonos con llevarnos preso.  Por suerte, éramos niños traviesos haciendo “maroteo urbano”, siempre nos dejaban ir ¡qué susto!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario