"Porque la aflicción no sale del polvo, ni brota de la tierra la molestia; sino que, como los relámpagos se levantan para volar por el aire, así el hombre engendra su propia aflicción. Ciertamente yo en tu lugar buscaría a Dios, y encomendaría a él mi causa".
Job 5, 6-8

julio 06, 2012

CUANDO EL MAR PERDIÓ SU SABOR A SAL


En una de tantas veces que bajábamos al Malecón, a veces sólo a caminar otras a darnos un chapuzón, no en la parte de Güibia sino en la playa que se encuentra por el lado del obelisco hembra por los frentes del Napolitano, hotel restaurant que toda la vida que tengo siempre lo he visto ahí.  Hoy, al mirar atrás, me pregunto ¿cómo era posible que nos bañáramos en aquel pedazo de playa contaminada y sucia?  Claro, nada como la contaminación de hoy.
Moreno, su hermano Fernando, Cesar y yo después de las bellaquerias del Conde nos encantaba bajar al Malecón a darnos un chapuzón en aquellas aguas infectadas del mar Caribe.  No éramos los únicos, otros tigueritos de otros barrios también hacían lo mismo.  Para bañarse allí había que seguir dos reglas elementales: no irse muy lejos de la orilla y saber guardar la ropa para que al salir no llegaras encueros a tu casa.

Muchos de los carajitos que allí nos bañábamos parecíamos pequeños delincuentes, pero robarle la ropa a los otros era más un acto de maldad que de ratería.  Sólo era la diversión de ver al despojado con cara de extrañeza preguntándose cómo iba a llegar a su casa.  La ropa vieja que usabamos no tenía ningún valor.  Eramos expertos en meternos al mar y guardar bien la ropa.  Cuidado, el mar es traicionero cuando las acciones de los niños son desobedientes.
La orilla del mar en esa parte era segura, por eso difícilmente ninguno de los bañistas se arriesgaba a irse demasiado lejos.  Además la profundidad y el oleaje eran tremendos desafios a la razón.  De repente una ola gigantesca (todo era enorme a mi edad) me cubrió no pensé en nada sólo sentí como el mar me jalaba hacía dentro.  Entre braceos desesperados escuché la voz de Fernando que gritó ¡entierra las manos en la arena!, así lo hice casí simultáneamente con él.  Cuando las garras de Poseidón me soltaron salí embalado más asustado que el diañe.
Había tomado agua por boca y nariz.  La tos no me dejaba pronunciar una palabra.  Fernando me puso boca abajo y me hizo botar parte del agua que había tragado.  Moreno y Cesar sólo me veían algo contrariados, creo que pensé, que ellos pensaron, ¡mierda! y si Beto se hubiera ahogado.  De verdad, las pelas hubieran sido muchas pero los sentimientos de culpa hubieran dolido más.  Vomité el agua salada del mar Caribe tiznada de color chocolate y caramelo.  Cuando por fín, mis primeras palabras de resurrección ¿Fernando, y no fue ahí que tú pusiste tu ropa?
De vuelta a la casa por toda la Dr. Delgado los flamboyanes se quedaron mirándonos con asombro.  Se preguntaban ¿qué pasó con la Realengueza Barrial?, Habían perdido el glamour, ahora parecían taínos: Fernando con las camisas amarradas a la cintura como tapa rabo y los otros con el pecho afuera.  No tengo que decirles qué pasó cuando llegamos.  Nos saborearon el pelo que todavía guardaba la sal del mar y las correas hablaron.  Ese día lloramos pero no fue suficiente, seguimos bañándonos en el Malecón, más cautelosos cada vez.