"Porque la aflicción no sale del polvo, ni brota de la tierra la molestia; sino que, como los relámpagos se levantan para volar por el aire, así el hombre engendra su propia aflicción. Ciertamente yo en tu lugar buscaría a Dios, y encomendaría a él mi causa".
Job 5, 6-8

julio 17, 2012

¡No te meta en esa vaina!

A propósito de un evento del que no me pude sustraer.
Dr. Simon Froylan

El diablo anda suelto… definitivamente.  Le voló el brazo de una pasá.  El machete se quedó horrorizado al enterarse del suceso.  Sus caras, manchadas de sangre, miraban consternadas como el sudor de su brazo corría por el filo semejando el llanto que provoca una tragedia anunciada.  El machetazo le cercenó el brazo al Guaro.  El puñal le traspasó el hígado a Chimpa.  ¡No te meta en esa vaina! Ese pleito no es tuyo.  Guaro se desmayó.  El Chimpa no tenía fuerzas.  La sangre derramada acabó con el pleito.  ¡Eso no se queda así!, le gritó Chimpa antes de morir sin saber que el pleito había terminado ahí.  Que lo lleven al Darío.  Ese brazo está en un hilito.  Qué importa, en el Darío se lo pegan.  Mierda, Mano, usted si es cruel.  ¿y no es verdad?

julio 14, 2012

Soldado Rodríguez


Lo conocía bien.  Puertorriqueño, alto, moreno, soldado de profesión; Antes de anochecer, se paró frente al poste de luz en el “parquesito”.  Ahora un poco más grande después del paso de la 27 de Febrero.  Midió con sus ojos la altura.  Se quitó el casco y en un leve movimiento en cuclillas lo lanzó, como el que inicia el saque en un juego de baloncesto.  Al segundo, el sol nocturno se apagó, destellantes estrellas vidriadas caían.  El casco también.  Lo aparó y se cubrió de inmediato para evitar que el cielo de metal lo hiriera en defensa propia.

julio 07, 2012

RECÓGELO TÚ, MALDITO GRINGO


Para el año 1965, específicamente principios del mes de mayo, mi edificio, el que demolieron a fuerza de grandes golpes para darle paso a la avenida 27 de Febrero, fue tomado por las fuerzas interventoras norteamericanas para colocar un comando militar.  En el techo, apostaron una ametralladora calibre 50, que al dispararla desechaba los cartuchos vacíos al patio de la Hilario Espertín # 11.  Cuando dejaba de sonar salía inocentemente a recogerlos en una lata vacía de pintura Pidoca.  No bien terminaba de llenarla un extraordinario soldado se lanzaba del techo y me arrebataba la lata repleta de casquillos.


A los ojos de un niño de siete años, edad que tenía para entonces, aquellos episodios eran como ver la pelicula de guerra Combate en tiempo real.  Esta se transmitía por el canal Rahintel, creo no estoy seguro.  Mi imaginación se perdía entre la realidad y la ensoñación.  Cada año para los días de Reyes me regalaban fundas de soldados verdes “made in china”, ametralladoras, granadas, y como si esto no fuera suficiente, un juego completo de Combat!, que incluía la ametralladora Thompson, el casco, un cuchillo y un cinturón con una pistola calibre 45, tal como la que usaba el sargento Sonder (Sgt. Saunders) en la película.

julio 06, 2012

CUANDO EL MAR PERDIÓ SU SABOR A SAL


En una de tantas veces que bajábamos al Malecón, a veces sólo a caminar otras a darnos un chapuzón, no en la parte de Güibia sino en la playa que se encuentra por el lado del obelisco hembra por los frentes del Napolitano, hotel restaurant que toda la vida que tengo siempre lo he visto ahí.  Hoy, al mirar atrás, me pregunto ¿cómo era posible que nos bañáramos en aquel pedazo de playa contaminada y sucia?  Claro, nada como la contaminación de hoy.
Moreno, su hermano Fernando, Cesar y yo después de las bellaquerias del Conde nos encantaba bajar al Malecón a darnos un chapuzón en aquellas aguas infectadas del mar Caribe.  No éramos los únicos, otros tigueritos de otros barrios también hacían lo mismo.  Para bañarse allí había que seguir dos reglas elementales: no irse muy lejos de la orilla y saber guardar la ropa para que al salir no llegaras encueros a tu casa.

julio 01, 2012

REALENGUEZA BARRIAL


Frondosos árboles de flamboyán que en armónica reverencia parecen darse un abrazo, dejaban caer a nuestro paso una nevada de flores rojas, amarillas y anaranjadas, tendiéndonos una alfombra a nuestro paso por la calle Dr. Delgado.  Aquellos enormes árboles, que apenas dejaban pasar hilos delgados de luz solar, parecían guardias de honor apostados solemnes a todo lo largo del camino, esperando por los señores de la realengueza barrial.  Caminábamos desde mi casa hasta el malecón, o hacía la calle El Conde, según soplaba el viento como velero en alta mar.  Cualquiera de esas calles bajando por la Dr. Delgado hacia el sur y doblando a la izquierda nos llevaba a nuestro destino.