"Porque la aflicción no sale del polvo, ni brota de la tierra la molestia; sino que, como los relámpagos se levantan para volar por el aire, así el hombre engendra su propia aflicción. Ciertamente yo en tu lugar buscaría a Dios, y encomendaría a él mi causa".
Job 5, 6-8

mayo 23, 2012

AIDA, AMOR PLATONICO


María, Mayra y Soraya (mis hermanas), Aida y yo.
Cuando apenas era un niño al lado de casa vivía una niña de igual edad que yo, esto era en la calle Hilario Espertin # 11, siempre dijimos que el sector era San Juan Bosco, pero realmente tenía el nombre de un Fray que ahora no recuerdo.  Era una edificación de dos niveles del concreto armado más duro que había visto en ese momento, tan fuerte y resistente que soportó las balas de las ametralladoras calibre 50 en la revuelta del 1965, nunca se quejó ni se desplomó; resistió estoico los macetazos de las brigadas de demolición de Macorís, a tal punto que para doblegarlo hubo que buscar una bola de hierro para partirle el corazón en dos y ponerlo de rodillas.


Al fin, te doblegaron para darle paso al progreso, ya venía la “27 de Febrero”, este edificio, mi edificio, lo borraron pero mis recuerdos no.  Comenzaba en mi casa y terminaba al dar la vuelta en la esquina donde había un ventorrillo, “el ventorrillo de Doña Morena”, la misma tenía una cotorra parlanchina que había aprendido a decir: “¡morena se ‘tan robando lo guineo!, ¡morena se ‘tan robando lo guineo!”, esto lo repetía hasta que salía la Doña a darle una carrera al “ladrón de guineos”.  Mi edificio terminaba justo allí en “la esquina de Doña Morena”.  Aída, era el nombre de la niña que vivía al lado de mi casa, justo donde comenzaba mi edificio, sólo nos separaba la escalera y mi timidez.  Aquella niña a la que no recuerdo bien se convirtió en mi primer amor, claro, amor platónico.  Era mi vecina, y sus padres y los míos eran muy unidos. Siempre salíamos juntos (bueno no siempre pero si salíamos con frecuencia).  Su papá era músico y formaba parte de la orquesta San José, muy famosa en ese entonces, (ya los sucesos de abril habían pasado), tocaba el saxofón y ejercía el derecho.  Tenía un carro “peugeo” en el cual salíamos a pasear su familia y yo.  Me parecía tan lindo pasear con el amor de mi vida y su familia.
Nunca le dije que estaba enamorado ni a ella ni a su familia, tal vez si lo hubiese hecho nos hubieran comprometidos y quien sabe si hoy mis hijos, a quien tanto quiero, fuesen de ella.
Guardo en el baúl de los recuerdos mentales y traicioneros una escena que no se si la viví o fueron parte de mis fantasías infantiles. Estaba yo con Aída debajo de una cama pidiéndole que me bese a lo que ella se negó pues esta no sabia lo que era un beso… pero tampoco yo. La televisión de ese tiempo no nos ayudaba mucho porque las escenas de amor estaban vedadas, existía mucho pudor en aquella sociedad acabada de salir de un régimen dictatorial y de los traumas que provocan la transición hacia una supuesta democracia. Por fin, logramos besarnos, un beso tierno angelical nada de lenguas nada de salivas, sólo un beso tan suave como pétalo de rosa, hasta que una voz gruesa y estrepitosa rompió aquel momento idílico casi celestial, en esa voz, nuestros nombres: ¡Aída! ¡Beto!  Al parecer, alguien se enteró de lo nuestro. Por suerte, no recuerdo el mal rato ¿me engaña acaso el subconsciente? o ¿me protegió para no entorpecer este recuerdo?  La verdad es que este episodio no sé si lo viví o lo soñé o quizás solo quise contarlo de esta manera.

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