¿Recuerdas cómo intenté abrir la concha de tu delicioso molusco?
…Cómo me gustaría recordar todo lo que me cuentas, suena muy romántico pero ni siquiera su rostro lo puedo recordar.
Dr. Simon Froylan, frustrado
¿Recuerdas cómo intenté abrir la concha de tu delicioso molusco?
…Cómo me gustaría recordar todo lo que me cuentas, suena muy romántico pero ni siquiera su rostro lo puedo recordar.
Dr. Simon Froylan, frustrado
¿Recuerdas cómo tu espalda al desnudo se abrazó a la acacia y te convertiste en tronco y rama?
Te recostaste sobre el árbol de acacias. No dudé, tú tampoco. El tronco se estremeció al sentir tu cuerpo y te regaló unas cuantas flores, las que cayeron sobre el suelo formando una suave alfombra amarilla. ¿Fantasía sexual? No, no respondas. Todavía recuerdo el sabor de la salsa tártara que me diste a probar sobre la yema de tu dedo índice y que colocaste dentro de mi boca incendiando mi paladar, desde la garganta hasta el ombligo. No pude resistirme. Lo saboreé todo desde tu cuello hasta el tobillo. Hicimos de aquella noche un ejemplar único.
Dr. Simón Froylan
¿Recuerdas
cuando nos conocimos?
Cuando nos conocimos, te esperé sin prisa, debajo del árbol de acacia. Luego, llegaste, humedecida de albahaca y petit salé. Bailabas sobre la acera, y sobre tu rostro caían copitos tenues de estrellas; el sudor y la lluvia se confundían sobre tu piel, mezcla de canela y malagueta. Me acerqué a ti para probar tus mejillas; las encontré un poco subidas de sal para mi gusto. Tú lo notaste y sonreíste. Tu sonrisa encendió la mecha de mis pretensiones. Ante la tentación, y con una resistencia consentida, te tomé por los hombros y probé los mejillones, húmedos y también salados; a la vinagreta, no hubieran tenido mejor sabor.